La pimienta, extraordinaria especia en occidente, se ha convertido en un símbolo de la virilidad pero también de humillación. Esta tradición se remonta a la época de los godos alrededor del 400 d.C. cuando Alarico, rey de los visigodos, después de haber conquistado Roma, se hizo entregar oro, plata y también pimienta. Posteriormente Atila, rey de los hunos, hizo lo mismo.
En la Edad Media se adquirió la costumbre de mandarla a los señores en señal de sumisión.
En nuestros días la pimienta ya se considera en términos positivos: una persona toda pimienta reúne las características de la pimienta e indica por lo tanto que es una persona vivaracha y mordaz. Una persona que no es ni sal, ni pimienta, siendo estas dos cosas de un gusto y características bien definidos y determinados, significa que es un ser insignificante.