Una antigua leyenda del Epiro cuenta de un niño guapísimo que se llamaba Orquide al que le brotaron dos senos femeninos. Orquide a medida que creció incluso siendo macho, asumió el semblante femenino poniéndose sinuoso y delicado. Por este motivo era evitado por hembras y machos que lo encontraban muy diferente de ellos. Su ambigüedad física también se repercutió en su carácter a veces tímido y esquivo y otras veces agresivo y lujurioso. Un día desesperado se tiró de una peña y murió. De repente en el lugar de su muerte empezaron a brotar muchas flores, todas distintas entre ellas pero, al mismo tiempo, parecidas por su gran sensualidad.
Estas flores se llamaron orquídeas por el desdichado Orquide. Por este motivo los efebos atenienses (un efebo era un jovencito que se asomaba a la madurez pero todavía no era un hombre) vestidos de blanco cantaban alabanzas a los dioses con una corona de orquídeas en la cabeza.
La orquídea también se ha considerado desde siempre una planta capaz de alejar las malas influencias y en particular la esterilidad. Tanto es verdad que en la Edad Media se usaban para hacer filtros de amor.
Los griegos llamaron kosmosandalon a la orquídea «sandalia del mundo» por algunas especies que tienen el labelo tan hinchado que se parece a un zapato.
En todo caso la orquídea también ha inspirado como símbolo de la armonía y la perfección espiritual como el cuerpo de Orquide que además de ser hombre o mujer era en todo caso guapísimo ya que la armonía y la belleza van más allá de lo que la vista puede sugerir.