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La planta de Laurel fue considerada en la antigua Grecia una planta consagrada a Apolo porque según la leyenda, la ninfa Dafne se transformó en ella para huir del dios que la siguió y así el mismo Apolo, proclamó esta planta consagrada a su culto y señal de gloria para ponerla sobre el jefe de los vencedores.
Antiguamente los griegos llamaron al laurel Dafne, en recuerdo de la Ninfa.
Considerada por tanto una planta noble por excelencia, fue normal cultivarla en los jardines imperiales y los emperadores romanos se ciñeron la cabeza de laurel durante los triunfos y las ceremonias como si se tratara de una preciosa corona.
Esta costumbre se ha prolongado hasta la Edad Media y el Renacimiento pero no eran los soberanos sino los jóvenes poetas y los literatos los que, como se decía, eran coronados o “laureados”. En Italia el término actual de laurea «licenciatura» deriva de lauro, que es como se llama esta planta en este país.
Según muchas leyendas populares europeas, plantar una planta de laurel delante de la puerta de casa alejaría a los rayos. Esto derivaría del hecho de que Júpiter habría decretado que esta planta fuera preservada por respeto a Dafne.